domingo, 11 de mayo de 2014

EL  TIEMPO  DEL  ENVEJECIMIENTO



A medida que transcurre el tiempo, el individuo va atravesando etapas (niñez, adolescencia, adultez) en forma tan sistemática y característica que un antropólogo puede determinar con bastante precisión la edad del esqueleto desprovisto de toda sustancia orgánica de una persona fallecida hace diez mil años. Este sujeto no sólo madura y envejece sino que es capaz de observar el envejecimiento propio y el ajeno, meditar y reaccionar frente a la muerte de sus semejantes y la propia. A lo largo de su vida va cambiando incluso esa forma de ver y meditar.
Los organismos tienen una complejísima maquinaria de relojería, que es responsable del ciclo de funciones tales como sístole-diástole, inspiración/expiración, sueño/vigilia, peristaltismo intestinal, menstruaciones, hibernaciones, etc. Sin embargo, esa maquinaria mide el tiempo pero no lo produce ni lo explica. Tampoco lo explica el hablar de "un tiempo que fluye", pues no es más que una metáfora cómoda que usamos para describir los procesos de la realidad, como cuando decimos: "Hay que darle tiempo al tiempo", "El tiempo es oro", "Fiera venganza la del tiempo / que muestra ver deshecho lo que uno amó". Pero el tiempo no fluye, ni recibe tiempo de regalo, ni se venga de nadie.
En el siglo IV de nuestra era, san Agustín declaraba que él sabía qué es el tiempo, salvo que alguien se lo preguntara y tuviera que explicarlo. Trece siglos más tarde, el místico polaco Angelus Silesius afirmaba: "Tú mismo haces el tiempo; tu reloj son tus sentidos." Se refería a que cuando uno ve llegar la noche, madurar los naranjos, crecer a sus hijos, morir a sus abuelos, entiende esos procesos en función del tiempo. Sin embargo, Silesius no dijo qué es el tiempo, ni cómo lo generan nuestros sentidos. Sospechamos entonces que también el llamado "sentido temporal" es una metáfora cómoda pues, a diferencia de otros sentidos, como el olfato y la visión, cuyas señales (moléculas odoríferas y fotones) y receptores (mucosa nasal y retina) conocemos, ignoramos cuáles son las señales y receptores del sentido temporal (Blanck-Cereijido y Cereijido, 1988; Cereijido, 1994).
La mente humana tiene al menos dos registros, uno consciente, mediante el cual razona, explica y discute, y otro inconsciente que atesora palabras, huellas y representaciones.
Los libros de una biblioteca pueden estar ordenados por autor, colección, tamaño, temática o alfabéticamente. Pero, así y todo, al consultarlos debemos leer las frases mediante cierta temporalidad. Podríamos decir que las sagas de César, Colón, Benito Juárez y Cortázar ya están inscritas ahí, coexistiendo atemporalmente, que el tiempo no rige para ellos, pero que ellos vuelven a re-presentar sus aventuras en el momento de leer las frases.
Análogamente, las huellas mnémicas consisten en inscripciones atemporales en la memoria, parte de la cual es inconsciente (la biblioteca entera) y por ello impera ahí la atemporalidad, pero al recordar, pensamos cada contenido temporalmente. Esto se aplica, por supuesto, a cada recuerdo, pero no excluye que podamos recordar primero nuestro examen de ingreso a la universidad y luego la fiesta del 10º cumpleaños; lo que sí importa es que tanto los hechos del examen como de la fiesta se recuerden de pasado a futuro, es decir, que respeten cierta temporalidad.
El niño pequeño da por sentado que él siempre ha sido y seguirá siendo un niño, y que su abuelo siempre ha sido y seguirá siendo su abuelo, a uno le tocó ser un chico y al otro un anciano, pues apenas adquiere un concepto claro de futuro cuando sale de la latencia. [Nota 23]Al llegar a la adolescencia, ya está inmerso en una concepción de la vida por venir. El adolescente emplea el concepto de futuro en términos lógicos. No hay otro momento en la vida como la adolescencia en el que el pasado parezca tan lejano y el sujeto esté tan pendiente del presente y del futuro.
El adulto que envejece se ve forzado a encarar la incertidumbre profesional y social, la variabilidad o desaparición de los afectos y la fragilidad de las relaciones con sus semejantes. En la vejez disminuye significativamente la capacidad física, se pierde el trabajo, la posición económica, mueren amigos y familiares, pérdidas que se viven con gran dramatismo; el tiempo subjetivo se acorta sensiblemente, sobre todo en los periodos largos como estaciones o años, hay conciencia de una mayor cercanía de la muerte.
La vejez satisfactoria depende de mantener un modo de amar y crear, de guardar cierta imagen de sí mismo, de ser capaz de gozar de la existencia a pesar de los sufrimientos que ocasionan las separaciones y los golpes al narcicismo: el sujeto se enfrenta con la ambivalencia entre el deseo de vivir y la tendencia a “desinvestir”, abandonarse y dejarse morir.
Hoy los ancianos ya no son considerados como los depositarios de la sabiduría y de la historia: en lugar de Consejos de Ancianos hay equipos de expertos ("Think Tanks") y la velocidad con que se producen los cambios tecnológicos, culturales y geográficos tiende a hacer a los ancianos a un lado. Pero si esta soledad ocasiona la retirada afectiva del anciano, puede configurarse una situación fatal.
La desinvestidura puede ocasionarles una profunda desorganización mental y somática. Si el anciano se aísla emotivamente y deja caer lo que fue valioso, los objetos internos y los proyectos amados que antaño le fueron significativos, se apagará su deseo de vivir. También es importante que retenga o establezca vínculos con objetos externos. En este sentido, Pierre Marty (1976) señaló: "Nunca se vio a una locomotora de vapor, con el carbón agotado, andar todavía cien kilómetros por haberse encontrado con otra máquina de vapor. En cambio, se han visto hombres agotados que andan todavía cien kilómetros más por haber encontrado un compañero o compañera".
Incluso en la vejez, para vivir bien, es necesario el amor, una cierta llama pasional. Por eso la sabiduría china señala: "Un hombre tiene la edad de la mujer que ama," frase que muestra dos cosas: el efecto del amor, y la asimetría cultural de los géneros.
El anciano puede aceptar varias limitaciones y mantener algunas investiduras para disponer de energía y orientarla en ciertas direcciones. Pero el autocuidado exclusivo o excesivo puede resultar mortífero. Cuidarse suprimiendo todo lo agradable (sexualidad, comida, bebida) tal vez baje el colesterol y los triglicéridos, pero también baja el entusiasmo por la vida.
Fuente: PSICOLOGIA  EL  ENVEJECIMIENTO.  http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx/sites/ciencia/volumen3/ciencia3/156/html/sec_8.html

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