domingo, 13 de julio de 2014



RECORRIDO POR LOS RECUERDOS 
Por Guadalupe  Arias G.






Para quienes gozamos con más de 60 años, hay recuerdos 

que nos acompañan, unos más vivos que otros y que 

siempre encuentran la oportunidad de salir. Sin embargo, 

quedan en el aire, porque físicamente los lugares que 

conocimos ya no existen: calles, casas, plazas, edificios y 

jardines han sucumbido a la llegada de la modernidad y 

son pocos los  que, a pesar de todo, permanecen casi 
como en sus buenos tiempos.

Disfrutando de nuestras experiencias de “ocio planeado”, 

tuvimos la oportunidad de hacer un recorrido histórico por el 

Primer Cuadro de la Ciudad de México. En esta ocasión 

guiados por un historiador egresado de la UNAM. Fue un 

recorrido poco usual: las cantinas más antiguas y 
tradicionales.

Seguramente en este momento algunas personas estarán 

pensando en lugares sórdidos y malolientes, ¡pues no!, 

nada de eso. El rescate y restauración de las calles del 

Centro son un marco adecuado para lo que fuimos 

escuchando y conociendo. Nuestro guía dijo que los 

recorridos culturales e históricos son “La manera divertida 

de descubrir la Historia”. Las cantinas que visitamos no 
fueron escenario de grandes acontecimientos, pero pudimos apreciar en esos establecimientos un estilo que no 
se da hoy en día.

Iniciamos nuestro recorrido en las calles de Madero en 

donde se encuentra “La Opera”, que sigue siendo un lugar 

exclusivo en donde se reservan el derecho de admisión. Nos

dirigimos al Edificio Gabriel Mancera, en donde visitamos en 

la planta baja, la cantina que lleva el nombre de “Mancera”; 

la fachada es de piedra con grabados que están siendo 

conservados. El local tiene todas las características de lo 

que debe contener una cantina: puerta abatible, barra de 

madera, estribo o descansa pies, espejos contrapuestos, 

taburetes, apartados o privados, lámparas de vitral. Los 

recubrimientos de madera y detalles ornamentales están 

barnizados y bien cuidados. La atención es correcta y de 

primera; se puede pedir cualquier bebida sin que sea 

necesariamente alcohólica; la mayoría de estos lugares se 

anuncian como restaurante/bar.

Después, visitamos “El Gallo de Oro”, ubicada en la contra 

esquina del Reloj Otomano,  obsequiado por la colonia 

Libanesa al Presidente Don Porfirio Díaz y que en su parte 

alta tiene tres figuras doradas: una media luna, un águila 

mexicana y un cedro, símbolos de Líbano y de México.

El Gallo de Oro data de 1874, ofrece comida bufet y tiene 
salones para atender a grupos como el nuestro; en cada lugar el guía ofrecía información de distintas bebidas, como el pulque. Nos informó que las vitrinas donde se guardaban los vinos se les llamaba “chelas”, que no tiene nada que ver con el sinónimo de cerveza que se le da hoy en día.

La comida se hizo más amena con los dichos que sobre 

bebidas nos presentó en forma rimada diciendo:

Para todo mal mezcal, y para todo bien pulque y cerveza también.
Para la tristeza, la cerveza.
Para el cruel destino, una botella de vino.
Para el fracaso el brandy en vaso, si tiene tos tómese dos.
Si ya no tiene remedio, chínguese litro y medio”
                                             Luis García Mendoza.
                                                  Historiador.

 Visitamos también “La Faena”, en donde se reunían toreros 

y aficionados a la fiesta brava; se exhiben trajes de luces y 

capotes de toreros importantes. Un poco menos conservada 

que las anteriores. La particularidad es que en las paredes 

tiene mosaiquitos con curiosas leyendas grabadas como: 

“Para el catarro el jarro, si no se quita, la botellita” o  “Soy 

hijo de buenos padres y me crié entre los magueyes, yo 

tomo buen pulque, no agua como los bueyes”.

Nuestra siguiente parada fue en “La Montañesa”, aquí hay 

Karaoke para los que quieran cantar y bailar. El último 

establecimiento que visitamos fue la Casa de Las Sirenas, 

 ubicado atrás de la Catedral Metropolitana; afuera tiene 

mesitas con sombrillas, desde donde se aprecia Palacio 

Nacional; su especialidad son las Margaritas de mango. 

Aunque ya no la visitamos, el guía nos dijo que en las 

calles de Jesús María esquina con Zapata  se encuentra “La Potosina”, que ya estaba en tiempos de la Revolución y a donde llegaron Francisco Villa y Emiliano Zapata después de haberse tomado la histórica foto en la Silla Presidencial. Como dato curioso se dice que Villa no tomaba y Zapata bebía coñac.

Para quienes todavía tenían energías pudieron dar un 

paseo por el Zócalo, ver las artesanías y si así lo deseaban hacerse una “limpia” tradicional de las culturas indígenas.


Fue un día muy agradable, conociendo y disfrutando de 

lugares que no habíamos pensado visitar, a pesar de haber 

transitado por esas calles sin detenernos ni siquiera a mirar 

las fachadas.  La próxima vez que yo vea una película 

mexicana de principios del siglo XX, o tal vez de los años 

30s ó 40s, podré decir que yo estuve en un lugar como 

esos.                               

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