RECORRIDO POR LOS RECUERDOS
Por Guadalupe Arias G.
Para quienes gozamos
con más de 60 años, hay recuerdos
que nos acompañan, unos más vivos que otros y
que
siempre encuentran la oportunidad de salir. Sin embargo,
quedan en el aire,
porque físicamente los lugares que
conocimos ya no existen: calles, casas,
plazas, edificios y
jardines han sucumbido a la llegada de la modernidad y
son pocos los que, a pesar de todo,
permanecen casi
como en sus buenos tiempos.
Disfrutando de
nuestras experiencias de “ocio planeado”,
tuvimos la oportunidad de hacer un
recorrido histórico por el
Primer Cuadro de la Ciudad de México. En esta
ocasión
guiados por un historiador egresado de la UNAM. Fue un
recorrido poco
usual: las cantinas más antiguas y
tradicionales.
Seguramente en este
momento algunas personas estarán
pensando en lugares sórdidos y malolientes, ¡pues
no!,
nada de eso. El rescate y restauración de las calles del
Centro son un
marco adecuado para lo que fuimos
escuchando y conociendo. Nuestro guía dijo
que los
recorridos culturales e históricos son “La manera divertida
de descubrir la Historia”. Las cantinas que
visitamos no
fueron escenario de grandes acontecimientos, pero pudimos apreciar
en esos establecimientos un estilo que no
se da hoy en día.
Iniciamos nuestro
recorrido en las calles de Madero en
donde se encuentra “La Opera”, que sigue
siendo un lugar
exclusivo en donde se reservan el derecho de admisión. Nos
dirigimos al Edificio Gabriel Mancera, en donde visitamos en
la planta baja, la
cantina que lleva el nombre de “Mancera”;
la fachada es de piedra con grabados
que están siendo
conservados. El local tiene todas las características de lo
que debe contener una cantina: puerta abatible, barra de
madera, estribo o
descansa pies, espejos contrapuestos,
taburetes, apartados o privados, lámparas
de vitral. Los
recubrimientos de madera y detalles ornamentales están
barnizados y bien cuidados. La atención es correcta y de
primera; se puede
pedir cualquier bebida sin que sea
necesariamente alcohólica; la mayoría de
estos lugares se
anuncian como restaurante/bar.
Después, visitamos
“El Gallo de Oro”, ubicada en la contra
esquina del Reloj Otomano, obsequiado por la colonia
Libanesa al
Presidente Don Porfirio Díaz y que en su parte
alta tiene tres figuras doradas:
una media luna, un águila
mexicana y un cedro, símbolos de Líbano y de México.
El Gallo de Oro data
de 1874, ofrece comida bufet y tiene
salones para atender a grupos como el
nuestro; en cada lugar el guía ofrecía información de distintas bebidas, como
el pulque. Nos informó que las vitrinas donde se guardaban los vinos se les
llamaba “chelas”, que no tiene nada que ver con el sinónimo de cerveza que se
le da hoy en día.
La comida se hizo más
amena con los dichos que sobre
bebidas nos presentó en forma rimada diciendo:
“Para todo mal mezcal, y para todo bien
pulque y cerveza también.
Para la tristeza, la
cerveza.
Para el cruel
destino, una botella de vino.
Para el fracaso el
brandy en vaso, si tiene tos tómese dos.
Si ya no tiene
remedio, chínguese litro y medio”
Luis García Mendoza.
Historiador.
Visitamos también “La Faena”, en donde se reunían
toreros
y aficionados a la fiesta brava; se exhiben trajes de luces y
capotes
de toreros importantes. Un poco menos conservada
que las anteriores. La
particularidad es que en las paredes
tiene mosaiquitos con curiosas leyendas
grabadas como:
“Para el catarro el jarro, si no se quita, la botellita” o “Soy
hijo de buenos padres y me crié entre
los magueyes, yo
tomo buen pulque, no agua como los bueyes”.
Nuestra siguiente
parada fue en “La Montañesa”, aquí hay
Karaoke para los que quieran cantar y
bailar. El último
establecimiento que visitamos fue la Casa de Las Sirenas,
ubicado atrás de la Catedral Metropolitana;
afuera tiene
mesitas con sombrillas, desde donde se aprecia Palacio
Nacional;
su especialidad son las Margaritas de mango.
Aunque ya no la visitamos, el guía
nos dijo que en las
calles de Jesús María esquina con Zapata se encuentra “La Potosina”, que ya estaba en
tiempos de la Revolución y a donde llegaron Francisco Villa y Emiliano Zapata
después de haberse tomado la histórica foto en la Silla Presidencial. Como dato
curioso se dice que Villa no tomaba y Zapata bebía coñac.
Para quienes todavía
tenían energías pudieron dar un
paseo por el Zócalo, ver las artesanías y si
así lo deseaban hacerse una “limpia” tradicional de las culturas indígenas.
Fue un día muy agradable,
conociendo y disfrutando de
lugares que no habíamos pensado visitar, a pesar de
haber
transitado por esas calles sin detenernos ni siquiera a mirar
las fachadas. La próxima vez que yo vea una película
mexicana
de principios del siglo XX, o tal vez de los años
30s ó 40s, podré decir que yo
estuve en un lugar como
esos.
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