Historia de vida 2
Pertenezco
a una familia de ocho hermanos: cuatro hombres y cuatro mujeres. Soy en orden descendente por fecha de
nacimiento, la quinta hermana y en el pasado siempre nos preciamos de ser una
familia unida y muy tradicional. La armonía
familiar y entre todos los hermanos era tan fuerte que parecía imposible que
algo o alguien la perturbara. Comenzaron
a casarse los hermanos mayores incluyéndome yo y todo parecía miel sobre
hojuelas. Murieron mis padres y los últimos en casarse fueron la hermana y
los dos hermanos menores. Sólo uno de
los mayores, se quedó soltero. Él fue la
cabeza de familia cuando mi padre por motivos de trabajo se ausentaba
temporalmente y siempre todos los hermanos tuvimos un gran cariño y respeto por
su entrega en apoyo a la familia; enseñamos a nuestros hijos a quererlo y
respetarlo y todos conservamos un gran reconocimiento a su solidaridad y
responsabilidad familiar. Era el ejemplo
a seguir por todos los integrantes familiares menores.
El
“tío ejemplar” nunca casó pero trabajó como comerciante y en negocios
familiares para sacar adelante primero a la familia y después seguirse
manteniendo él, pues nunca quiso ser una “carga” para nadie Todos los hermanos casados formaron su propia familia y se fueron a
vivir aparte. Mi hermano, el “tío ejemplar”,
adquirió algunas propiedades con los ahorros de su trabajo y se mantuvo
viviendo en el domicilio de la familia nuclear.
El no tuvo derecho a ningún tipo
de seguridad social y los hermanos insistíamos con él en que debía vender las
propiedades y utilizar el dinero en lo que él creyera conveniente; incluyendo
algún tipo de servicio médico. Él había
trabajado para conseguir honestamente esas propiedades y justo era que
disfrutara de algún beneficio; sin embargo nunca hizo algo, ni siquiera para
regularizar los títulos de propiedad. El hermano menor de todos, después de algún tiempo, enviudó y regresó a
vivir con el “tío ejemplar”, nunca aportó
un centavo para la manutención de él ni de sus dos hijos; el “tío ejemplar”
prácticamente los adoptó y se entregó a la atención de su hermano y sus dos sobrinos, igual que lo había hecho en el
pasado con todos sus hermanos.
Pero
llegó el tiempo en que el “ejemplar tío”, enfermó, no hubo dinero suficiente para
atenderlo y tuvo que permanecer en su
casa al cuidado de su hermano menor y sus sobrinos, quienes ya habían crecido y se encontraban
físicamente aptos para asistir a su desposeído tío. ¡Se les presentó la oportunidad de oro para
agradecer al tío por todas las
atenciones que había tenido con ellos! Como seguían viviendo todos en casa del
tío, les tocó asistirlo de grado o por fuerza; pero ¡a qué precio! Comenzaron a
cobrar a los demás tíos el importe “inflado” gastos, en otras palabras, no
estaban cumpliendo con un deber entre seres humanos, mucho menos
emparentados. Al fallecimiento del “tío
ejemplar” todos los herederos de la familia nuclear, quisieron vender las
propiedades, repartir el dinero –como había sido la voluntad de su papá- y fue
entonces cuando el hermano viudo y sus dos hijos alegaron que “las herencias se
trabajan” y que ellos no se iban a salir de la casa que era patrimonio
familiar, porque se habían ganado el
derecho de seguir viviendo por siempre. Pareciera que hubieran ayudado a la asistencia
del enfermo, no con un afán humanitario y de solidaridad familiar, sino que
vieron en el hecho, un negocio para quedarse con las propiedades y todo lo que
por derecho le correspondía al “tío ejemplar” y a sus hermanos.
Vale
decir que la casa donde actualmente viven, estos “aprovechados”, se encuentra
en tal grado de deterioro que durante un fuerte temblor, se les puede venir
abajo, pero ni eso los sensibiliza para arreglarla. Todos los hermanos que
siguen vivos, se encuentran de acuerdo en la decisión de regularizar los
títulos de propiedad, vender y repartir equitativamente el importe, pero los obstáculos que han puesto el hermano
viudo y sus hijos, no lo han permitido.
Aprendizajes
Me
parece claro que el primer aprendizaje es el referente a arreglar los papeles
necesarios y dejar todas las instrucciones testamentarias perfectamente definidas,
legalizadas –de ser posible, incluidas en un testamento-.
Cuando
uno está vivo, hay que arreglar todo tipo de documentos (acta de nacimiento, credencial
de elector, comprobante de domicilio, contrato de servicios funerarios, etc.),
tenerlos a la mano y de preferencia dejar liquidados también los gastos
funerarios. Cuando uno se va, nadie ve
con agrado la obligación de pagar gastos extraordinarios como los que se
mencionan, los cuales la mayoría de las veces son sorpresivos. Otro aspecto a considerar es el de evitar
gastos innecesarios -“mordidas”- porque no se tienen los documentos que
requiere la autoridad y con la premura de la situación hay que recurrir al
soborno.
Por
lo que se refiere a las familias bien avenidas, son una falacia cuando existen
interesas de por medio. Cuando la
familia nuclear se va haciendo extensa, esos intereses se multiplican y los
lazos afectivos dejan de ser importantes y se ven perturbados por los miembros
más jóvenes.
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