lunes, 15 de diciembre de 2014



Historia de vida 2




Pertenezco a una familia de ocho hermanos: cuatro hombres y cuatro mujeres.  Soy en orden descendente por fecha de nacimiento, la quinta hermana y en el pasado siempre nos preciamos de ser una familia unida y muy tradicional.  La armonía familiar y entre todos los hermanos era tan fuerte que parecía imposible que algo o alguien la perturbara.  Comenzaron a casarse los hermanos mayores incluyéndome yo y todo parecía miel sobre hojuelas.  Murieron mis padres y  los últimos en casarse fueron la hermana y los dos hermanos menores.  Sólo uno de los mayores, se quedó soltero.  Él fue la cabeza de familia cuando mi padre por motivos de trabajo se ausentaba temporalmente y siempre todos los hermanos tuvimos un gran cariño y respeto por su entrega en apoyo a la familia; enseñamos a nuestros hijos a quererlo y respetarlo y todos conservamos un gran reconocimiento a su solidaridad y responsabilidad familiar.  Era el ejemplo a seguir por todos los integrantes familiares menores.  
El “tío ejemplar” nunca casó pero trabajó como comerciante y en negocios familiares para sacar adelante primero a la familia y después seguirse manteniendo él, pues nunca quiso ser una “carga” para nadie  Todos los hermanos casados  formaron su propia familia y se fueron a vivir aparte.  Mi hermano, el “tío ejemplar”, adquirió algunas propiedades con los ahorros de su trabajo y se mantuvo viviendo en el domicilio de la familia nuclear.  El  no tuvo derecho a ningún tipo de seguridad social y los hermanos insistíamos con él en que debía vender las propiedades y utilizar el dinero en lo que él creyera conveniente; incluyendo algún tipo de servicio médico.  Él había trabajado para conseguir honestamente esas propiedades y justo era que disfrutara de algún beneficio; sin embargo nunca hizo algo, ni siquiera para regularizar los títulos de propiedad. El hermano menor de todos,  después de algún tiempo, enviudó y regresó a vivir con el “tío ejemplar”,  nunca aportó un centavo para la manutención de él ni de sus dos hijos; el “tío ejemplar” prácticamente los adoptó y se entregó a la atención de su hermano y sus dos  sobrinos, igual que lo había hecho en el pasado con todos sus hermanos.
Pero llegó el tiempo en que el “ejemplar tío”, enfermó, no hubo dinero suficiente para atenderlo y  tuvo que permanecer en su casa al cuidado de su hermano menor y sus sobrinos,  quienes ya habían crecido y se encontraban físicamente aptos para asistir a su desposeído tío.  ¡Se les presentó la oportunidad de oro para agradecer al  tío por todas las atenciones que había tenido con ellos! Como seguían viviendo todos en casa del tío, les tocó asistirlo de grado o por fuerza; pero ¡a qué precio! Comenzaron a cobrar a los demás tíos el importe “inflado” gastos, en otras palabras, no estaban cumpliendo con un deber entre seres humanos, mucho menos emparentados.  Al fallecimiento del “tío ejemplar” todos los herederos de la familia nuclear, quisieron vender las propiedades, repartir el dinero –como había sido la voluntad de su papá- y fue entonces cuando el hermano viudo y sus dos hijos alegaron que “las herencias se trabajan” y que ellos no se iban a salir de la casa que era patrimonio familiar,  porque se habían ganado el derecho de seguir viviendo por siempre.  Pareciera que hubieran ayudado a la asistencia del enfermo, no con un afán humanitario y de solidaridad familiar, sino que vieron en el hecho, un negocio para quedarse con las propiedades y todo lo que por derecho le correspondía al “tío ejemplar” y a sus hermanos.
Vale decir que la casa donde actualmente viven, estos “aprovechados”, se encuentra en tal grado de deterioro que durante un fuerte temblor, se les puede venir abajo, pero ni eso los sensibiliza para arreglarla. Todos los hermanos que siguen vivos, se encuentran de acuerdo en la decisión de regularizar los títulos de propiedad, vender y repartir equitativamente el importe,  pero los obstáculos que han puesto el hermano viudo y sus hijos, no lo han permitido.
Aprendizajes
Me parece claro que el primer aprendizaje es el referente a arreglar los papeles necesarios y dejar todas las instrucciones testamentarias perfectamente definidas, legalizadas –de ser posible, incluidas en un testamento-.
Cuando uno está vivo, hay que arreglar todo tipo de documentos (acta de nacimiento, credencial de elector, comprobante de domicilio, contrato de servicios funerarios, etc.), tenerlos a la mano y de preferencia dejar liquidados también los gastos funerarios.  Cuando uno se va, nadie ve con agrado la obligación de pagar gastos extraordinarios como los que se mencionan, los cuales la mayoría de las veces son sorpresivos.  Otro aspecto a considerar es el de evitar gastos innecesarios -“mordidas”- porque no se tienen los documentos que requiere la autoridad y con la premura de la situación hay que recurrir al soborno.
Por lo que se refiere a las familias bien avenidas, son una falacia cuando existen interesas de por medio.  Cuando la familia nuclear se va haciendo extensa, esos intereses se multiplican y los lazos afectivos dejan de ser importantes y se ven perturbados por los miembros más jóvenes.


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