EL TIEMPO Y LOS CAMBIOS
Toda nuestra vida está regida por el tiempo. Vivimos gracias a él y en él y también morimos en él. Creemos que el tiempo es nuestro y que podemos ahorrarlo o perderlo. No se puede comprar, pero podemos gastarlo y creemos que organizarlo bien es la clave de todo.
El tiempo constituye una medición útil, pero solo tiene el valor que le adjudiquemos. La enciclopedia Webster lo define como un intervalo que separa dos puntos de un continuo. Nos parece que el nacimiento es el principio y la muerte el final, pero no es así: son solo dos puntos en un continuo.
Albert Einstein observó y se comprobó que el tiempo no es constante, sino que es relativo respecto al observador y de la percepción. Imaginemos a una pareja en un cine. Los dos contemplan la misma película pero a ella le gusta mucho y a él le horroriza. Para la mujer la película termina demasiado pronto, mientras que para el hombre dura muchísimo. Ambos coinciden en que empezó a las cuatro de la tarde y que se terminó a las cinco cuarenta y cinco. Pero no están de acuerdo en la experiencia de esa hora y cuarenta y cinco minutos. De un modo palpable, el tiempo que experimenta una persona no es el mismo que experimenta otra.
Usamos todo tipo de relojes y los sincronizamos para asegurarnos de llegar a tiempo a una reunión, una comida, o cualquier actividad. Eso está bien pues facilita nuestras relaciones y nos permite realizar cosas, comunicarnos y coordinarnos. Pero cuando vamos más allá y consideramos que la designación arbitraria de los segundos, los minutos, las horas. Los días, las semanas, los meses y los años son el tiempo mismo, nos olvidamos de que todos experimentamos el tiempo de un modo distinto, porque el valor del tiempo depende de nuestra percepción individual.
Con el tiempo todo cambia, cambiamos por fuera y por dentro, cambia nuestro aspecto y nuestro interior. La vida cambia de forma continua, pero muchas veces los cambios no nos gustan. Aunque estemos preparados para el cambio, con frecuencia nos resistimos a él. Mientras tanto, el mundo cambia a nuestro alrededor y no lo hace al mismo ritmo que nosotros. A nuestro parecer, los cambios a veces ocurren demasiado de prisa o demasiado despacio.
El cambio puede ser un compañero constante, pero no pensamos en él como si fuera nuestro amigo. Nos asusta porque pensamos que no podremos controlarlo, y preferimos los cambios que nosotros hemos decidido porque para nosotros tienen sentido. Los cambios que acontecen en nuestra vida nos intranquilizan, y a veces tenemos la sensación de que la vida toma una dirección equivocada.
Si luchamos contra el cambio estaremos en lucha toda la vida, así que tenemos que encontrar la manera de darle la bienvenida a ese cambio o, al menos aceptarlo.
En la cultura occidental no se valora la edad. No tenemos en cuenta que las arrugas son una parte de la vida y creemos que debemos prevenirlas, esconderlas, borrarlas. Sin embargo, por mucho que encontremos falta de energía y el empuje de la juventud, la mayoría de nosotros no querría volver sobre sus pasos, porque recordamos muy bien la confusión de aquellos años. Cuando alcanzamos la edad adulta, tenemos una mejor comprensión de lo que es la vida, sabemos quiénes somos y lo que nos hace felices. Una vez aprendida esta lección (este cambio), no lo cambiaríamos por volver a vivir la juventud.
Aunque nos resulte difícil de aceptar, la realidad es que no morimos antes de tiempo. Cuando morimos es porque ha llegado nuestra hora.
Nuestro reto, y se trata de un gran reto, es experimentar con plenitud el momento actual, saber que este instante contiene todas las posibilidades de felicidad y amor, y no perder esas posibilidades por nuestras expectativas sobre cómo debería ser el futuro. Cuando dejamos de lado nuestro sentido de la anticipación, vivimos en el espacio sagrado de lo que ocurre en este momento
Saber envejecer con elegancia es experimentar con plenitud todos los días y etapas de la vida. Cuando la hemos vivido verdaderamente, no queremos volver a experimentarla. Lo que lamentamos es una vida que no ha sido vivida.
Fuente: Lecciones de vida .- Elizabeth Kübler
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