viernes, 3 de mayo de 2013


EL  DESAFIO  DEL  ENVEJECIMIENTO






Los prejuicios sobre el envejecimiento que marcaron el modelo tradicional de envejecer están siendo desaprendidos en la medida en que la educación para el envejecimiento se difunde más y se implementa de forma tal que no sólo los Adultos Mayores sino toda la sociedad tenga acceso a ella.

No es un cambio rápido y totalizador pero todo muestra que se puede lograr y que unos sectores antes, otros después irán erradicando ese modelo clásico, dando lugar al nuevo modelo que se está gestando y desarrollando.

Sabemos que un fuerte imaginario social, con prejuicios, mitos e ideas erróneas acerca del envejecimiento y la vejez pesan sobre la sociedad en su conjunto y sobre los adultos mayores en particular que están así presionados y destinados a seguir los caminos que ellos indican.

Este imaginario los califica o mejor dicho los descalifica nominándolos como pasivos, enfermos y fuera del circuito.

Cuando hablamos de una mayor esperanza de vida decimos también que ello significa una mejor potencialidad de salud tanto física como psíquica y esto hace que, esa cada vez más numerosa banda etaria, reclame espacios de creación, recreación, inserción y protagonismo

social;  se resisten a permanecer como pasivos observadores de la vida, es su tiempo y quieren vivirlo.

De ahí que surjan movimientos nuevos que tratan de incluirlos.

El de la Educación Permanente, tal vez el de mayor repercusión, les abre lugares y bajo el lema "se puede aprender a lo largo de toda la vida"  lucha contra uno de los prejuicios arraigados en el imaginario colectivo y condicionante de los adultos mayores y es el que da como verdadero y universal el que a medida que se envejece se pierde la capacidad de aprender.

Se hace entonces necesario incorporar el concepto de lo diferente, para comprender que se puede aprender siempre, con otro ritmo, otras técnicas, otras motivaciones, otros objetivos. El modo y el tiempo son diferentes.

No podemos olvidar que todas estas generaciones de Adultos Mayores a las que nos referimos nacieron en las primeras décadas del siglo XX. Años 20, 30 40 y que fueron educados por tanto por padres que pertenecían a esa sociedad de principios de siglo con sus características propias.

Influenciados por la 1ª.  Guerra Mundial, el llamado periodo entre-guerras, la gran crisis mundial del año 30, la miseria en Europa que dio por resultado la cantidad de emigraciones e inmigraciones según los países.

Prevalecía la cultura del trabajo y del esfuerzo, y la represión de la demostración en lo afectivo.

Pesó también sobre estas generaciones las expectativas de sus padres puestas en ellos. Crecieron con todo lo que signó al convulsionado, febril, aceleradísimo siglo XX que tan bien y tan visionario escribía nuestro Discépolo en su Tango Cambalache. *

Hubieron cambios que sacudieron la estructura de la sociedad para bien y para mal. El nazismo, la bomba de Hiroshima, y el SIDA, pero también los antibióticos, las vacunas, el hombre en la luna, el psicoanálisis, por nombrar algunos, los tuvieron como protagonistas de ese tiempo.

Toda la Revolución tecnológica y científica también llevó a estos adultos mayores a adaptarse a los cambios que eso planteaba.


Y ahora siguen los cambios y con ellos la necesidad de adaptarse.

El postmodernismo con su culto a lo efímero y a lo descartable nada tiene que ver con lo que ellos creían: valores predecibles y duraderos.

Lo que en otro momento fueron certezas ahora son incertidumbres, desencantos, desesperanzas.

Pero los Adultos Mayores en su nuevo desafío de lograr una mejor calidad de vida deben adaptarse a la experiencia del cambio, vivirla, y para esto, impensable apenas unas décadas atrás, tienen que prepararse.

No es una experiencia fácil, pero este tiempo que vivimos también es el tiempo de los Adultos Mayores y se aprestan a vivirlo.

Y el desafío también es para los que trabajamos para y con los Mayores para lograr las condiciones de esta mejor calidad de vida que sin duda además ( y principalmente) los gobiernos deben preocuparse más y prever su trascendencia.

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