En este espacio se ha comentado sobre
la importancia de mantenerse bien comunicado y en buena relación con los seres
más cercanos tanto en el espacio, es decir, los vecinos, los amigos que viven
en la misma calle, la misma colonia, la misma ciudad, el mismo país, etc. como
los más cercanos en los afectos, es decir, los hijos, los nietos, las nueras,
los yernos, etc.
Y ciertamente, para todas las
personas, especialmente para los adultos mayores es imprescindible tender una red
de apoyo que pueda brindar precisamente “apoyo”, auxilio, en caso de
requerirlo. Muchas personas ni siquiera
saludan al vecino que se encuentra puerta con puerta y por esa razón tampoco
tienen la confianza de pedir un favor si lo necesitan. Tampoco se trata de
estar molestando a todos las personas cercanas, pero siempre es útil saber a
quién poder pedir un favor y también saber quién está dispuesto a
realizarlo.
Lo apuntado anteriormente, es válido
en cuanto a las relaciones con las otras personas, pero también es necesario
mantener una buena relación con nosotros mismos. Pareciera que esto no tiene sentido,
pero lo tiene y lo quiero relacionar con la tanatología.
La tanatología ciertamente estudia el
fenómeno de la muerte; mirado desde este ángulo parecería muy simple. Sólo que
el fenómeno trae entrelazados aspectos que tienen que ver con las emociones del
ser humano. La muerte de un ser querido representa la pérdida de una presencia
amada y ocasiona sufrimiento; sin embargo, cualquier tipo de pérdida afecta las
emociones de los seres sensibles y no sólo los viejos somos sensibles. Si un niño pierde un juguete o a su mascota,
sufre. Si un estudiante pierde el año
escolar, sufre. Si un joven o una joven
pierden al novio o a la novia, sufre. Si
un adulto pierde su trabajo, su casa, su familia, sufre. Estas situaciones
aunque pudieran parecer cursis o triviales, no lo son, ya que involucran
pérdidas que en distintos tiempos y por diferentes conceptos, ocasionan
sufrimiento. Se han mencionado ejemplos que involucran una sola pérdida. Pero
el ser humano también puede acumular pérdidas y sufrimientos que literalmente
lo llegan a sumir en depresión si no es
tratado y atendida por un profesional de la salud. A mayor abundamiento, traigo
el siguiente ejemplo.
Hace unos días tuve la oportunidad de
escuchar la historia de un famoso actor de cine y televisión, que en sus años
mozos por su apostura y buena presencia hizo papeles de galán; el trabajo nunca
le faltó y llegó a alcanzar fama y una buena posición económica. Pero pasó el
tiempo, como dice la canción ”la edad se le vino encima”, su imagen física
comenzó a deteriorarse, los llamados de los productores de películas se espaciaron,
los papeles que ofrecían ya no eran de galán y por lo mismo eran mal pagados. Con
los pocos ahorros que tenía invirtió en un mal negocio que lo hizo perderlos y
como consecuencia de toda esa historia, sin la posibilidad de volver a trabajar
como en los viejos tiempos, cayó en un estado de depresión del que nadie fue
capaz de sacarlo. Se abandonó por
completo, no quería comer, no se quería bañar, no quería salir a la calle ni ir
a visitar amigos o familiares; en pocas palabras, perdió el interés por vivir, perdió
el interés por luchar, enfermó y con el grado de desnutrición que alcanzó, fue
imposible sacarlo adelante. Finalmente falleció.
Si analizamos esta historia, las
pérdidas que sufrió este hombre se fueron encadenando. Primero perdió la
juventud, luego perdió el trabajo, más tarde perdió el dinero y por último
perdió la dignidad. El ser humano por ningún motivo y bajo ninguna
circunstancia, debería perder el respeto por sí mismo. Se podría pensar que el
final de todos los seres humanos es el mismo; más tarde o más temprano todos
vamos a morir. Pero el acto de morir
debiera ser tan digno como el de vivir. Las
pérdidas que se sufren a lo largo de la vida, provocan dolor, pena, aflicción,
sin embargo tienen que ser asumidas, viviendo el duelo y dando el tiempo
necesario para que las heridas sanen.
Y retomo mi dicho al inicio de este
tema. La buena relación con nosotros
mismos y la aceptación de nosotros mismos, sabiendo que somos sensibles y que
podemos llorar para el desahogo de nuestro sufrimiento, nos pone en ventaja
para lograr una vida sana exitosa y terminarla satisfactoriamente para irnos en
paz.
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