domingo, 17 de agosto de 2014

La paciencia y los pacientes



Uno de los muchos inconvenientes que conlleva el enfermarse y tener que acudir a varios profesionales de la salud en busca de opiniones que ayuden a normar un criterio y poder tomar decisiones en caso de diagnósticos temerarios inesperados, es encontrarse con discrepancias tanto en el diagnóstico como en el tratamiento sugerido.
La necesidad de un diagnóstico certero, es punto más que obligado en todos los casos, especialmente en aquellos en que el tiempo es determinante para que una atención oportuna pueda evitar que avance el padecimiento o incluso se pueda salvar la vida de un paciente.  Aunque el tal “paciente” la cualidad que menos es capaz de demostrar –por obvias razones-, es la paciencia.
Y estos inconvenientes no sólo se presentan, ni son privativos de las instituciones de salud del sector público; también ocurren en las instituciones de salud privadas y en los consultorios profesionales médicos independientes a los que algunos pacientes -quienes tienen las posibilidades de pagar honorarios médicos altos- acuden. Se encuentran a veces opiniones tan variadas que en lugar de hacer luz e iluminar el entendimiento del interesado, lo que hacen es dejarlo confundido.
La medicina socializada poseedora de una plantilla médica insuficiente para atender la demanda creciente de enfermos y el también insuficiente abastecimiento de medicamentos con oportunidad por una parte; y por otra la carencia de recursos de las mayorías de enfermos quienes no pueden acceder a hospitales privados o acudir a médicos particulares, son las dos caras de una moneda que sería erróneo etiquetar como “falsa”.  Porque sin embargo, en ambas caras de la moneda existen los aciertos médicos; en ambas existe la negligencia médica; en ambas existen intereses: institucionales y personales.
Las redes sociales formales de los derechohabientes –los que tienen la fortuna de contar con ellas-,  día con día resuelven casos de diferente índole a veces con éxito y en ocasiones sin él.  No obstante es necesario hacer un reconocimiento a esa labor de apoyo al cada vez más creciente número de enfermos que se muestra inconforme –a veces con razón- porque siente no ser atendido a satisfacción.  Por su parte los médicos deben  cubrir una cuota de atención por día que también los desgasta y los automatiza, acción que demuestran con un trato frío y deshumanizado al paciente.
Muchos adultos mayores especialmente son demandantes de un trato considerado y cálido que alegraría en gran medida al menos su estado de ánimo.  No se trata de otorgarles privilegios; tampoco se pide llamarlo con neologismos etáreos como madre, madrecita, abuelita.  Se trata de hacerse solidarios con las limitaciones y la pérdida de facultades que en razón del proceso de envejecimiento paulatinamente van perdiendo. Se trata de ser pacientes, en el sentido más estricto,  de esperarlo con tranquilidad porque sus ritmos se han vuelto lentos.  Se trata de permitirle hablar y no suponer o adelantarse a lo que él intenta decir.  Se trata de respetar su condición como la de cualquier otro ser humano y darle el trato digno que merece.
Recientemente, tuve la necesidad de consultar a un médico especialista del IMSS.  Lo encomiable fue la puntualidad con la que me recibió.  Era una cita de primera vez y mi gran interés se enfocaba en un padecimiento que me parece se ha vuelto crónico; he consultado ya otras opiniones y esta consulta para mí era definitoria para decidir entre continuar con un tratamiento que lleva varios años –y que al parecer no ha dado resultados satisfactorios- o buscar otras alternativas. 
El médico, un joven de trato  amable, estaba asistido por una chica también joven, infiero que era estudiante de las que están haciendo su residencia o servicio social o como sea que se llame y que se mantienen como observadores de las acciones del médico; éste les hace comentarios y les da indicaciones profesionales.  Todo eso está muy bien, se entiende.  Pero el cuestionamiento que ahora me hago es el siguiente: ¿cuál es la prioridad en la clínica? ¿Capacitar al médico residente o atender al paciente? ¿o las dos cosas en paralelo?
Por qué digo esto.  En tres o cuatro intentos que tuve de decirle al médico el motivo por el cual yo había acudido a la consulta, me cortó la palabra y me impidió hablar. Los estudios de laboratorio y las radiografías que yo llevaba a mostrarle, ni siquiera las vio.   El galeno estaba más atento a decirle a la asistente sus conjeturas que en escuchar mis motivos.  Finalmente me pasó a la mesa de exploración, me revisó y me preguntó si tenía yo alguna duda o pregunta para él, a lo cual contesté que si no me había escuchado durante toda la sesión, qué caso tenía que yo le preguntara cualquier cosa.  Su respuesta fue que sólo disponía de veinte minutos para atender a cada paciente y no podía entretenerse.

Me quedó claro que lo que menos existe en estos tiempos, es la paciencia, esa virtud que según dice el diccionario, hace soportar los males con resignación y que yo agregaría que esa cualidad va más allá de soportar o tolerar algo o a alguien;  es en otro sentido,  una disposición que exige poner atención a aquello que lo requiere. Si el médico ni siquiera dirige su mirada al interlocutor, éste se siente ignorado.  Si el doctor no escucha al paciente, cómo se puede enterar de lo que le aflige.  Si el médico se pone a teclear y escribir en su computadora al tiempo que conversa con otra persona que no es el paciente, está faltando a la menor regla de educación. Y si finalmente al paciente que ha sido ignorado de diversas maneras, el médico le pregunta si tiene alguna duda, el tal paciente está en su derecho de decirle al médico,  que ha perdido la capacidad de dialogo, que no sabe escuchar y que su misión de servicio no la está cumpliendo.  En resumen, esta red de apoyo formal pierde efectividad.

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