La paciencia y los
pacientes
Uno
de los muchos inconvenientes que conlleva el enfermarse y tener que acudir a
varios profesionales de la salud en busca de opiniones que ayuden a normar un
criterio y poder tomar decisiones en caso de diagnósticos temerarios
inesperados, es encontrarse con discrepancias tanto en el diagnóstico como en
el tratamiento sugerido.
La
necesidad de un diagnóstico certero, es punto más que obligado en todos los
casos, especialmente en aquellos en que el tiempo es determinante para que una
atención oportuna pueda evitar que avance el padecimiento o incluso se pueda salvar
la vida de un paciente. Aunque el tal
“paciente” la cualidad que menos es capaz de demostrar –por obvias razones-, es
la paciencia.
Y
estos inconvenientes no sólo se presentan, ni son privativos de las instituciones
de salud del sector público; también ocurren en las instituciones de salud
privadas y en los consultorios profesionales médicos independientes a los que
algunos pacientes -quienes tienen las posibilidades de pagar honorarios médicos
altos- acuden. Se encuentran a veces opiniones tan variadas que en lugar de
hacer luz e iluminar el entendimiento del interesado, lo que hacen es dejarlo
confundido.
La
medicina socializada poseedora de una plantilla médica insuficiente para
atender la demanda creciente de enfermos y el también insuficiente abastecimiento
de medicamentos con oportunidad por una parte; y por otra la carencia de
recursos de las mayorías de enfermos quienes no pueden acceder a hospitales
privados o acudir a médicos particulares, son las dos caras de una moneda que
sería erróneo etiquetar como “falsa”. Porque
sin embargo, en ambas caras de la moneda existen los aciertos médicos; en ambas
existe la negligencia médica; en ambas existen intereses: institucionales y
personales.
Las
redes sociales formales de los derechohabientes –los que tienen la fortuna de
contar con ellas-, día con día resuelven
casos de diferente índole a veces con éxito y en ocasiones sin él. No obstante es necesario hacer un
reconocimiento a esa labor de apoyo al cada vez más creciente número de
enfermos que se muestra inconforme –a veces con razón- porque siente no ser
atendido a satisfacción. Por su parte
los médicos deben cubrir una cuota de
atención por día que también los desgasta y los automatiza, acción que
demuestran con un trato frío y deshumanizado al paciente.
Muchos
adultos mayores especialmente son demandantes de un trato considerado y cálido que
alegraría en gran medida al menos su estado de ánimo. No se trata de otorgarles privilegios;
tampoco se pide llamarlo con neologismos etáreos como madre, madrecita,
abuelita. Se trata de hacerse solidarios
con las limitaciones y la pérdida de facultades que en razón del proceso de
envejecimiento paulatinamente van perdiendo. Se trata de ser pacientes, en el
sentido más estricto, de esperarlo con
tranquilidad porque sus ritmos se han vuelto lentos. Se trata de permitirle hablar y no suponer o
adelantarse a lo que él intenta decir.
Se trata de respetar su condición como la de cualquier otro ser humano y
darle el trato digno que merece.
Recientemente,
tuve la necesidad de consultar a un médico especialista del IMSS. Lo encomiable fue la puntualidad con la que me
recibió. Era una cita de primera vez y
mi gran interés se enfocaba en un padecimiento que me parece se ha vuelto
crónico; he consultado ya otras opiniones y esta consulta para mí era
definitoria para decidir entre continuar con un tratamiento que lleva varios
años –y que al parecer no ha dado resultados satisfactorios- o buscar otras
alternativas.
El
médico, un joven de trato amable, estaba
asistido por una chica también joven, infiero que era estudiante de las que
están haciendo su residencia o servicio social o como sea que se llame y que se
mantienen como observadores de las acciones del médico; éste les hace
comentarios y les da indicaciones profesionales. Todo eso está muy bien, se entiende. Pero el cuestionamiento que ahora me hago es
el siguiente: ¿cuál es la prioridad en la clínica? ¿Capacitar al médico
residente o atender al paciente? ¿o las dos cosas en paralelo?
Por
qué digo esto. En tres o cuatro intentos
que tuve de decirle al médico el motivo por el cual yo había acudido a la consulta,
me cortó la palabra y me impidió hablar. Los estudios de laboratorio y las
radiografías que yo llevaba a mostrarle, ni siquiera las vio. El
galeno estaba más atento a decirle a la asistente sus conjeturas que en
escuchar mis motivos. Finalmente me pasó
a la mesa de exploración, me revisó y me preguntó si tenía yo alguna duda o
pregunta para él, a lo cual contesté que si no me había escuchado durante toda
la sesión, qué caso tenía que yo le preguntara cualquier cosa. Su respuesta fue que sólo disponía de veinte
minutos para atender a cada paciente y no podía entretenerse.
Me
quedó claro que lo que menos existe en estos tiempos, es la paciencia, esa
virtud que según dice el diccionario, hace soportar los males con resignación y
que yo agregaría que esa cualidad va más allá de soportar o tolerar algo o a
alguien; es en otro sentido, una disposición que exige poner atención a
aquello que lo requiere. Si el médico ni siquiera dirige su mirada al
interlocutor, éste se siente ignorado.
Si el doctor no escucha al paciente, cómo se puede enterar de lo que le
aflige. Si el médico se pone a teclear y
escribir en su computadora al tiempo que conversa con otra persona que no es el
paciente, está faltando a la menor regla de educación. Y si finalmente al paciente
que ha sido ignorado de diversas maneras, el médico le pregunta si tiene alguna
duda, el tal paciente está en su derecho de decirle al médico, que ha perdido la capacidad de dialogo, que no
sabe escuchar y que su misión de servicio no la está cumpliendo. En resumen, esta red de apoyo formal pierde
efectividad.
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