lunes, 6 de octubre de 2014



ANÁLISIS LITERARIO-GERONTOLÓGICO 

DEL SUICIDIO DE UN VIEJO

Tomado del texto original: PARA NO 

CAER EN LA VEJEZ, 
de Graciela Zarebski.






Se puede hablar de tres distintas maneras de enfrentar el envejecimiento:

1.Los que piensan que es inevitable la caída y no quieren llegar a viejos.
2. Los que “caen” en la vejez cayéndose.  
3. Los que piensan que es evitable la caída y se cuidan para no caerse.
4. Los que aprenden,  en la vejez,  a no caer.

Para confirmar  que la clasificación que aquí se propone  corresponde con  la verdad del acontecer humano no hay mejor evidencia  que la buena literatura.

El Amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez, además de una brillante novela,  es un tratado acerca de la vejez y de los distintos modos de envejecer.  Sus personajes principales son ejemplos magistrales de esta clasificación.
La novela transcurre a finales del siglo pasado en un país caribeño  y comienza con un suicidio.                                                                                  
El Dr. Juvenal Urbino, médico principal del pueblo,  es convocado a fin de certificar un deceso. Lo que el Dr. Descubrió con esta muerte, a partir de una carta que el suicida le dejó, fue la doble vida, la identidad oculta de éste, quien había sido en vida   su mejor contrincante en el ajedrez.
Había engañado a todos acerca de su verdadero origen y había mantenido oculto durante veinte años, un amor clandestino.              Hubo un primer indicio de cómo anticipaba el suicida su propia vejez:  como el fin del amor, de la sexualidad, del goce compartido del cuerpo. Para él, la vejez no formaba parte de la vida. Sufría “gerontofobia”.

La problemática  en relación al envejecimiento tiene que ver con un problema de identidad. Porque toda la vida se trabaja para sostener una imagen engañosa en cuanto a tapar las propias faltas y debilidades. Poder aceptar el propio envejecimiento requeriría entonces un doble desengaño:

·        De que por ser joven se posee todo: la vida, el poder, la belleza, la completud.
     
·        De que por ser viejos carecemos de todo: nada de vida, nada de poder, nada de belleza, nada de completud.

Para lograr un buen envejecer deberemos superar las dicotomías absolutas del todo o nada entre la juventud y la vejez y deberemos cuestionar nuestra idea de adultez, de plenitud, de qué es ser un adulto acabado.

 Si creemos que todo lo débil, lo deficitario, debe ser totalmente tapado, cuanto mayor sea el desconocimiento de lo oculto, la fuerza que realicemos para sojuzgarlo, para no dejarlo hablar, para no reconocernos en ello, nos hará vivir en  una tensión permanente- la tensión narcisista- para tratar de evitar enfrentarlo, para tratar de evitar lo inevitable.

Como dice G. García Márquez: “un hombre sabe cuándo empieza a envejecer  porque empieza a parecerse a su padre”; puede suceder que:                                                                                                                       
* Ese “viejo conocido” nos resulta desconocido, es decir, que nuestros antecesores, nuestros viejos, nos hayan dejado una imagen siniestra.  *Que llegar a ser viejo sea de por sí lo que nos resulta desconocido.

Por el contrario, pensar nuestra vejez como el llegar a ser “un viejo conoció”, significa que esa imagen no nos choca, no nos perturba.
¿Por qué suponemos que el amor es perecedero? ¿Por qué suponerlo inspirado meramente en la imagen, que se deteriora? ¿En qué base se sostiene nuestro amor que lo suponemos tan frágil y efímero?
El amor es una obra que no se desgasta con la edad, por el contrario, se enaltece.

Regresando a la idea del suicidio, en este caso, morir de viejo es ir reconociendo la evidencia de que se es mortal. En cambio, quien comete suicidio, escamotea el dolor de existir,  de ser mortal. Es preferir salir de la escena en el momento culminante del personaje. Pero esto confirma que se representa un personaje, que no vive una vida real, sino una vida ficticia.

La sabiduría de la vejez posibilita para decir:

“Llego a mi centro, a mi álgebra  mi clave, a mi espejo. Pronto sabré quién soy” (J.L.Borges)

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