martes, 11 de noviembre de 2014



El otoño es una segunda primavera en que cada hoja es una flor


Albert Camus

LA COMUNICACIÓN EFECTIVA EN LA VEJEZ




La comunicación, cualidad inherente a los seres vivos, en los humanos adopta determinadas características que lo identifican como el amo de la creación. Con base en esta habilidad, las personas la manejan, desarrollan y utilizan para toda actividad.
La comunicación es un intercambio de mensajes entre dos personas, mensajes transmitidos a través de códigos: oral, mediante la palabra, escrito por medio de letras, números y también de forma corporal, a través de mímicas o gestos.
La comunicación puede ser: directa, de persona a persona o indirecta cuando se produce a través de los medios de comunicación de masas, como el periódico, la radio, y la televisión, entre otros. Con frecuencia se considera que hablar es sinónimo de comunicación, sin embargo, el mero hecho de pronunciar palabras y transmitir sonidos no cumple con el verdadero propósito de la comunicación, que se centra en: establecer un lazo entre el que envía un mensaje y aquel que lo recibe.
 Durante la vejez, la comunicación efectiva, juega un papel muy importante en la calidad de vida, ya que determina hasta qué punto estamos preparados para escuchar lo que los demás tienen que decir y la interpretación que hacemos de lo que hemos oído. Sin embargo, la comunicación efectiva se alcanza en la medida en que se construyan espacios en donde el determinante de acción sea la confianza y el respeto para actual de buena fe.
La opinión de  Nowen y Gaffuey, en 1976, nos dicen que: “La preocupación que debe imperar a la hora de comunicarse con los adultos mayores, no es ir en su búsqueda para ayudarlos, sino más bien permitirles entrar al centro de nuestras vidas, crear un espacio en donde ellos puedan ser escuchados con cuidadosa atención. Esto significa abrir las puertas de nuestra intimidad, tanto personal, como familiar y social”. 
Ese papel que juegan los mensajes entre las personas que se relacionan entre sí, ha sido analizado con mucha profundidad por expertos, que se han enfocado a analizar la forma como evolucionan los procesos de integración en equipos de trabajo dentro de las empresas, llegando a la conclusión de que cuando las personas reciben mensajes que les hacen sentirse valiosas, importantes, respetadas y apreciadas, tienden a tomar una actitud receptiva y abierta, facilitando la integración y el desarrollo de la relación.

 Los beneficios de la comunicación efectiva en la vejez son:
*Favorece la identidad y el sentido de pertenencia.
*Favorece la identidad y el sentido de pertenencia.
*Coopera, informa, forma, orienta y transforma. 
*Estimula, motiva, mejora la calidad de vida de las personas mayores.
*Favorece el respeto a las personas mayores.
*Disminuye prejuicios y estereotipos en la vejez.
*Fortalece la participación de los viejos.

   La relaciones familiares, debido al ambiente de seguridad y confianza y a los lazos emocionales y psicológicos que logran desarrollar entre sus miembros, se convierten en un medio natural para que sus integrantes descubran formas para ayudarse y complementarse, satisfaciendo muchas de sus necesidades, especialmente las más profundas y complejas como las emocionales y afectivas.
Cuando los miembros de una familia aprenden a comunicarse identificando el: cómo, cuándo, dónde y en que tono hablarse; de tal forma que logran construir una relación positiva y sólida, han dado un paso vital, contribuyendo a que la familia cumpla con su misión al crear condiciones para que todos los involucrados se sientan: queridos, apoyados, tomados en cuenta y con posibilidades reales de ser mejores personas.
Para aprender a comunicarse con efectividad dentro de la familia se requiere: tomar en cuenta las diferencias interpersonales, adecuar las formas de comunicación de acuerdo a personas, edades y circunstancias.
Sin embargo, con frecuencia se hace mal uso de ella, ya que se utiliza para agredir, ofender y lastimar, provocando que en lugar de ser un medio de acercamiento y conocimiento mutuos, sea causa de distanciamiento, separación y ruptura. Cuando la comunicación se utiliza para manipular y agredir, se transforma en enemiga, en vez de ser aliada, en el cultivo de las relaciones entre las personas.
El desarrollo de esa actitud y habilidades, sólo puede darse a plenitud cuando se fundamente en el amor, es decir en el verdadero propósito de aportar lo mejor de uno mismo para contribuir a la felicidad y realización de la otra o las otras personas involucradas.
 El amor pues, se convierte en el principal motor y motivador, para lograr armonía al convivir con quienes se comparten: las cualidades y defectos, los momentos alegres y tristes y los estados de ánimo positivos y depresivos.

Si se quiere asegurar que la comunicación trabaje a favor de la familia, es importante hacer lo necesario para lograr que todo intercambio de palabras tenga un propósito positivo: ayudar, mejorar, aclarar, acercar.


Revisión Bibliográfica: Cuidados paliativos en el anciano





INTRODUCCIÓN

En el último siglo, las mejoras en las condiciones socioeconómicas, los avances en las tecnologías, incluyendo los cambios en las políticas de salud y las mejoras en el diagnóstico tratamiento de las enfermedades han generado cambios en la escala demográfica, con una baja tasa de natalidad y de mortalidad, conllevando una prolongación de la edad de los individuos y condicionando un aumento proporcional de los individuos de mayor edad; es decir un envejecimiento poblacional.

La edad cronológica es un discriminante sensible de mortalidad, discapacidad, institucionalización y consumo de recursos entre grupos, pero es un predictor de baja fiabilidad en el individuo. En la actualidad el parámetro que es más fiable, cuantificable, transmisible y con mayor poder de discriminación entre sujetos es la función, esta se define como la capacidad personal de adaptase a los problemas que plantea la vida diaria. Su evaluación sistemática ha demostrado ser más sensible que el tradicional juicio clínico en la detección de problemas.

Las personas mayores de 85 años de edad constituyen el grupo de la población con más rápido crecimiento; los pacientes geriátricos con enfermedad crónica tienen cada vez más la necesidad de cuidados paliativos. Estos pacientes con enfermedades crónicas hospitalizados pueden ser muy sintomáticos y la intervención eficaz en los síntomas dependiente de la identificación precisa y medición de estos.

A pesar del rápido envejecimiento de nuestra sociedad y la creciente necesidad de cuidados paliativos, los datos sobre los motivos de consulta y diagnósticos principales relacionados a la consulta en la población geriátrica son limitados.

CUIDADOS PÁLIATIVOS ONCOLÓGICOS Y NO ONCOLÓGICOS

Los cuidados paliativos en ancianos no difieren en su filosofía y desarrollo de lo de los pacientes más jóvenes; sin embargo, este grupo de edad tiene varias peculiaridades que se deberán tomar en cuenta durante la valoración de los síntomas. Se da la circunstancia que en el caso de los ancianos hay una mayor proporción, respecto a los grupos de edad más jóvenes, de patologías crónicas de etiología no oncológica que se encuentran en estas circunstancias. Basándonos en la comorbilidad podríamos clasificarlos en dos grandes grupos: Oncológicos y no oncológicos.

Existen varias patologías no oncológicas que se presentan con mayor prevalencia en ancianos, y que conducen a la muerte del paciente de forma directa o por complicaciones indirectamente relacionadas con la enfermedad; nuevamente en este rubro podemos subdividir a las no oncológicas en los siguientes grupos: enfermedades neurológicas degenerativas (demencia, enfermedad de parkinson), enfermedad cerebrovascular, neumopatías crónicas, cardiopatías, hepatopatías, insuficiencia renal crónica avanzada, etc.

LA VALORACIÓN GERIÁTRICA

En estos pacientes con enfermedades no oncológicas, la tendencia es a una evolución más lenta en la que renunciar al tratamiento específico suele ser más difícil. El paciente y su familia no tienen habitualmente la misma percepción de gravedad que en las patologías oncológicas. Es más difícil establecer un pronóstico y el riesgo de error es elevado. Por todo ello la valoración clásica de un paciente paliativo se queda corta; la Valoración Geriátrica es una herramienta imprescindible para el abordaje de estos pacientes. Idealmente, esta valoración debe llevarla a cabo un equipo multidisciplinario cuyo fin es el establecimiento y monitorización de un plan individualizado.

La salud del anciano, como mejor se mide es en términos de función, uno de los objetivos primordiales en el cuidado del anciano es prevenir la incapacidad y preservar la independencia. La valoración debe hacerse teniendo en cuenta la situación previa, si se realiza en el momento agudo, y la actual. Debe corroborarse con el cuidador principal.

Las funciones físicas se pueden dividir en tres categorías jerárquicas:

Actividades avanzadas de la vida diaria (AAVD): Evalúan el grado de integración en la comunidad, las relaciones sociales, su afectación es precoz ante cualquier deterioro.
Actividades instrumentales de la vida diaria (AIVD): Representan actividades funcionales necesarias para adaptarse independientemente a su medio como hacer llamadas, cocinar, transporte, compras, lavar , manejo de medicación o del dinero.
Actividades básicas de la vida diaria (ABVD): Son aquellas actividades básicas para el autocuidado como comer, asearse, continencia urinaria y fecal, caminar, transferencias , baño y vestido.

Otros rubros importantes que evalúa la valoración geriátrica son: el estado cognitivo (que es determinante al momento de tomar decisiones), estado anímico, la red social que soporta al paciente y que será determinante en el manejo integral. En conjunto cada uno de los aspectos de la valoración, ayuda a detectar las necesidades de cada anciano y a establecer en función de ello un adecuado plan de cuidados.

OBJETIVOS DE LOS CUIDADOS PALIATIVOS EN EL ANCIANO

El objetivo sigue siendo igual que en poblaciones jóvenes, mejorar la calidad de vida tanto del paciente como de los familiares y cuidadores. Los principales componentes que inciden sobre la calidad de vida son: Control de síntomas (especialmente el dolor), mejoría de la situación funcional en la medida de lo posible, mejoría de la situación afectiva y cuidados al entorno social (familia, cuidadores).

Si bien, los objetivos en cuidados paliativos en los ancianos son los mismos que en poblaciones más jóvenes, está claro que los síntomas y patrones de referencia de consulta entre estos grupos son muy diferentes y estas diferencias podrían estar dadas no solo por los cambios fisiológicos y de la comorbilidad sino también por factores psicosociales.

Los síntomas más frecuentes en los ancianos se pueden mencionar desde diferentes contextos:

Esfera somática: dolor, disnea, anorexia, inmovilidad, estreñimiento, confusión.
Esfera emotiva: depresión, miedo, ansiedad.
Sociales: pérdida de estatus social, cambio del papel que juega en su familia, miedo a la dependencia

Los síntomas más frecuentes son la anorexia y astenia. El dolor, la disnea y dependencia los más importantes y temidos por el enfermo. Y la confusión y la incontinencia los más estresantes para los cuidadores.

Dolor:
Su valoración (utilización de escalas) no difiere del realizado en personas jóvenes; pero a veces es difícil realizarlo por presentarse de forma menos llamativa y/o atípicamente, como confusión, agitación. Complicándose además en pacientes con deterioro cognitivo previo, trastornos sensitivos, comorbilidad, ayudado por la autopercepción de que presentar dolor es una consecuencia del envejecimiento.
Un estudio reciente (Smit AK, et al. 2010) sobre la epidemiología del dolor en los últimos años de la vida mostró que, aunque el dolor clínicamente significativo aumenta cuando se acerca la muerte; la prevalencia del dolor disminuye conforme incrementa la edad. En este estudio se encontró que la prevalencia del dolor dos años antes de la muerte es mayor en pacientes más jóvenes, está presente en el 39% de los pacientes de 65 años o menos y sólo en el 23% de los pacientes de 86 años o más.
En otro estudio (Aaron M, et al. 2011) encontró de igual manera, que los ancianos con edades más avanzadas tenían niveles de dolor, ansiedad y náusea más bajos que en pacientes más jóvenes y que los primeros consultan con menor frecuencia a causa de descontrol de síntomas; sin embargo se comenta en la discusión que quizás las herramientas empleadas en la valoración de dolor y otros síntomas no son apropiadas para los adultos mayores.

Síndrome confusional agudo (Delirium):
Ocurre en el 85% de los pacientes con neoplasia avanzada. A veces es difícil de diferenciar, pero es una de las presentaciones habituales de enfermedad o exacerbaciones de la misma. Hay que tener en cuenta que es uno de los síntomas que más perturban a los familiares.

Disnea:
Su presencia es más frecuente que en los jóvenes. Su tratamiento no difiere de ellos.

Depresión:
Muy difícil de detectar en este grupo poblacional, hay que tener en cuenta esta patología para poder diagnosticarla y no atribuirla a otras causas ni al envejecimiento la sintomatología que se presenta. El tratamiento y abordaje no difiere de la población joven.

Deterioro funcional:
Una de las grandes preocupaciones de esta población incluso más que la propia muerte. Se deben instaurar todas las medidas necesarias para disminuir la incidencia de este gran problema manteniendo siempre el grado máximo de independencia posible, adecuando nuestras actuaciones tanto diagnósticas como terapéuticas en este sentido. Hay que tener en cuenta que a la hora de producirse deterioro, no sólo influye la enfermedad sino el manejo que empleemos, por lo que debemos adecuar las actuaciones que realicemos a las características que hemos comentado de los pacientes ancianos para intentar minimizar las consecuencias negativas de nuestras intervenciones.

Transición del paciente anciano a los cuidados paliativos:
La transición de un paciente de edad avanzada a los cuidados paliativos puede ser una de las transiciones más confusa y traumática para los pacientes y sus familiares. Por lo anterior es importante contar con un equipo multidisiplinario.

Emergencias paliativas en los ancianos:

Una emergencia de los cuidados paliativos es un cambio inesperado en la condición médica de un paciente en el contexto de una enfermedad avanzada o grave conocida subyacente, y esta emergencia a menudo desencadena una visita al servicio de urgencias. La evaluación debe tener en cuenta los objetivos generales de la atención , así como la siguiente :

¿Cuál es el problema médico agudo y es potencialmente reversible? Lo más probable es que el estado del paciente después del tratamiento? ¿Cuál es el nivel de desempeño reciente , la extensión de la enfermedad subyacente, y el pronóstico general? ¿Cuáles son las cargas de los tratamientos que se pueden ofrecer ? ¿Cuáles son los deseos del paciente cuando se le informó del benefi-cios potenciales y las cargas del plan de tratamiento?

Algunas emergencias comunes que se observan en las personas mayores con enfermedad de base avanzado conocido (especialmente cáncer ), a continuación se enumeran las más frecuentes:

1. Compresión medular
2. Síndrome de vena cava
3. Hipercalcemfia
4. Obstrucción intestinal
5. Disnea
6. Hemorragia masiva
7. Crisis convilsivas
8. Delirium

Es importante mencionar que los ancianos con enfermedades terminales tienen derecho a disponer de una serie de cuidados y atenciones en los últimos momentos de su vida, entre ellos: no sufrir inútilmente, respeto a su libertad de conciencia, conocer y opinar sobre su situación y sobre las intervenciones a las que se los van a someter, mantener un diálogo confiado con los médicos, familiares y amigos y recibir asistencia psicoespiritual.

El anciano con cierto déficit cognitivo no está totalmente invalidado para la toma de decisiones sencillas, por lo que siempre se debe intentar conocer la opinión del paciente respecto a sus cuidados y su tratamiento. La decisión de que un paciente anciano está en la fase final de su enfermedad cardiológica requiere una correcta evaluación de los factores pronósticos propios de la enfermedad y una valoración geriátrica exhaustiva para analizar la existencia de comorbilidad, el estadio de las enfermedades coexistentes, la presencia de fragilidad y la situación funcional, física, mental y psicosocial.

La edad por sí sola no debe ser nunca un criterio definitivo a la hora de tomar decisiones. La fase de cuidados paliativos, considerados como tratamientos dirigidos fundamentalmente al control de los síntomas, puede ser larga en algunos pacientes y no debe ser considerada sólo como la fase de agonía.

Bibliografía

  • Mark Rosenberg, et al .Palliative Medicine and Geriatric Emergency Care Challenges, Opportunities, and Basic Principles. Clin Geriatr Med.2013;29:1?29
  • Smith AK, et al. The epidemiology of pain during the last 2 years of life. ANN Intern Med.2010;153:563-569.
  • Aaron M , et al. Palliative Care Needs and sympom Patterns of Hospitalized Elders Referred of Consultation. Journal of Pain and Symptom Management.20111;;42:410-415.
  • Manuel Martínez-Selléfs, et al. El anciano con cardiopatía terminal. Rev Esp Cardiol. 2009;62(4):409-21
  • Guía española de cuidados paliativos en los ancianos. Sociedad española de cuidados paliativos. SECPAL.
  • Asplin B, Cairns C, et al. Research priorities for palliative and end-of-life care in the emergency setting. Acad Emerg Med 2011;18:e70?6


Aprendizajes



En el ámbito de las relaciones interpersonales existe una fuente de aprendizaje que sin tener formalidad académica, es sin embargo un semillero de experiencias valiosas que no por serlo son reconocidas adecuadamente.
      
Esta reflexión viene a colación porque ciertas personas, a  veces sin un propósito de conocimiento explícito, pero con el interés de ayuda a un semejante, adquieren conocimientos valiosos que casi nunca son reconocidos, ni por ellos mismos, ni por los demás.  Pero si se hiciera un análisis y recapitulación de esas acciones de ayuda, se llegaría a la conclusión de que cada esfuerzo y cada logro en la atención de un familiar, amigo, vecino o conocido necesitado de apoyo o asistencia personalizada, constituye a un tiempo satisfacción a una necesidad de quien la requiere y oportunidad de aprendizaje para el que intenta proporcionar ayuda o apoyo.

Tratándose de adultos mayores, es evidente que  debido a la extensión de la longevidad -que en estos tiempos puede ser observada con mayor claridad y frecuencia-, la ayuda suele ser más necesaria.  Si en épocas pasadas llegar a cumplir sesenta años significaba no solamente la edad del retiro de las actividades laborales productivas, sino la etapa de la existencia en la que el individuo se despedía de la vida familiar, de la vida social y se preparaba para bien morir, hoy por hoy las condiciones han cambiado radicalmente.

Los viejos llegan a edades más avanzadas que en el pasado, viven más tiempo y no siempre con igual calidad de vida.  Para el viejo, la jubilación se ha conviertido en oportunidad de nuevas actividades.  Oportunidad de aprender, de viajar, de hacer labor social, de hacer nuevas amistades, etc., etc., etc.  En términos generales los viejos son cada vez más en número –con la expectativa de seguir creciendo-,  sus condiciones de deterioro físico y de salud requieren mayor atención y aunque como en toda regla existen excepciones, mayormente  carecen de la compañía, del afecto y de la ayuda que demandan.  Esto se vuelve más importante en la medida en que la familia cercana no dispone del tiempo para la atención del adulto mayor que vive solo o acompañado de parientes.  Las opciones para el cuidado van a variar dependiendo también de la condición física del viejo y de sus posibilidades económicas.  La opción de un asilo o una casa de reposo es viable siempre que el viejo se encuentre en condiciones de valerse por sí mismo o no rebase cierto límite de edad, pero tiene que anotarse en una lista de espera -que generalmente es larga- y pagar una cuota que, aunque simbólica, significa un desembolso de dinero para alguien.  Si el viejo tiene algún impedimento físico,  por ejemplo una deficiencia ocular o auditiva, imposibilidad de moverse o caminar, esta opción está descartada.   Desde luego que disponiendo de recursos económicos, se puede contratar una cuidadora o mejor aún una enfermera  experimentada de las que saben cobrar bien por sus servicios; y también hay casas de reposo para todos los bolsillos, con cuidados especiales para cada tipo de enfermedad o impedimento físico; las hay que son verdaderas suites de lujo en alguna playa y con vista al mar.
Desde esta perspectiva, cada uno en su fuero interno puede decidir cuál de esas opciones le acomoda mejor en su situación personal.  Puede ser un viejo que se encuentre en condiciones de ayudar a otros o quizá no.  El interés personal también cuenta.  Si no encajan en ninguna, queda la opción de los aprendizajes, de los cuales hablaba yo al principio y que por mi parte les aporto como relatos anecdóticos de aquéllos que tienen o han tenido necesidad de salir adelante en el cuidado de otras personas y ustedes descubrirán la gran riqueza de aprendizajes “forzados” o “voluntarios”, implícitos o explícitos que se encuentran en el camino.  Este es el primero de varios que iré presentando con la intención de que sirvan como ejemplo para que los interesados contemplen el hacer previsiones de dinero y tengan presente que cuando se envejece, a nadie le sobra el dinero para destinarlo a la atención de los viejos, pues siempre hay otras prioridades.  Por lo tanto, toca a los propios viejos prever y cuidar sus recursos si es que los tienen.

Historia de vida 1

Había llevado una larga vida de trabajo profesional, estaba casada y tenía dos hijos varones; el menor de ellos, estudiando ingeniería en la universidad.   Cuando mi esposo y yo estábamos próximos a la jubilación, comenzamos a hacer planes para dejar la gran ciudad, comprar una casa más chica en alguna ciudad de provincia y hacer un itinerario de viajes tanto dentro del país como fuera de él: íbamos a pasar la mayor parte del tiempo que nos quedaba de vida,  viajando.  Aunque el tiempo laboral se iba acortando, yo suponía que para cuando llegara el momento de abandonar el trabajo, mis hijos, mi madre y mi tía que vivían con nosotros, ya se habrían ido; ellos porque se habrían casado y ellas porque por edad era probable que no vivieran tanto.
Llegado el momento, mi esposo y yo dejamos de trabajar.  Recién jubilada, yo contaba con 61 años, él con 60 y mi madre comenzó a requerir cuidados especiales.  Toda su vida había sido enfermiza, había sufrido variadas enfermedades: cólicos menstruales que la postraban en cama cada mes, antes  hemorragias nasales, migraña,  después herpes, hipertensión, insuficiencia venosa, etc. etc. etc.  Una vez jubilada, a mi me tocó atenderla de unas úlceras varicosas que ya había padecido un par de veces anteriormente, y que ahora en sus 81 años la postraron en cama durante año y medio.  En los primeros seis meses del padecimiento –y aunque mi madre tenía servicio médico del ISSSTE-, la revisaron una docena de médicos tanto de algunas instituciones públicas de salud como especialistas privados; todos ellos la desahuciaron; su edad complicaba la posibilidad de cicatrización y dijeron que nos  preparáramos para ello.
En un estado anímico desesperado, acudí a un vecino médico a pedir una opinión profesional para poder tomar decisiones.  Él revisó a mi madre, habló con ella y le dio esperanzas de recuperación si se cambiaba la terapéutica.  Sugería hacer un tipo de curación a la “antigüita” en vista de que los medicamentos y los otros tratamientos no estaban dando resultados.  Nos advirtió que el procedimiento iba a ser molesto y sobre todo doloroso.  Mi madre le dio luz verde al médico y éste inició las curaciones a base de lavar y frotar la herida con gasa y jabón quirúrgico, secar perfectamente y aplicar una pomada cicatrizante. 
Hubo que comprar todo el material de curación que el médico encargó: gasas, jabón quirúrgico, guantes desechables, pomadas, analgésicos, bisturí, y también hacer el desembolso cada vez que había que adquirir los materiales y medicamentos que se iban terminando y los nuevos que se iban necesitando, además de pagar honorarios del médico, quien aunque me advirtió que no me iba a cobrar, nunca rechazó las ayudas económicas que de acuerdo a mis posibilidades le pude ofrecer.  El tiempo seguía transcurriendo, los meses se iban volando y el importe mensual de mi pensión casi se agotaba en la atención de mi madre.   Yo fungía también como ayudante del médico, observando y sufriendo solidariamente con mi madre los dolores, porque la veía llorar y soportar con valor las agresivas curaciones.  El amigo médico realizó estas acciones todos los días –sin faltar uno solo- durante seis meses.  Dependiendo de su horario y disponibilidad de trabajo, el médico la curaba a las doce del día, a las tres de la mañana, a las seis de la tarde, pero al término de los seis meses, comenzamos a observar que la herida se veía notoriamente más pequeña, pues comenzaba a cicatrizar. 
Entonces sucedió un imprevisto.  El amigo médico tuvo necesidad de ausentarse debido a sus compromisos profesionales y me dejó a cargo para continuar con las curaciones de igual forma como él lo había hecho; ciertamente yo había visto cómo lo hacía, pero una cosa es “ver” y otra muy distinta es “hacer”.  Ante la situación,  me armé de valor y continué con las curaciones por otros seis meses,  al término de los cuales la herida casi había cerrado por completo. 
Aunque me hice cargo de la curación de mi madre, durante esos seis meses, el médico siempre estuvo disponible para mí las 24 horas del día y yo tenía la libertad de llamarle a cualquier hora y en cualquier día de la semana y algunas veces –aunque fueron pocas- lo hice.  Durante todo el tiempo que tardó el proceso de cicatrización, a mi madre además había que administrarle medicamentos y analgésicos; hubo momentos en que los dolores eran para ella  insoportables.  Llegué a acudir a la Clínica del Dolor para que la ayudaran, pero dijeron que esa clínica estaba reservada para los enfermos terminales de cáncer y mi madre por su padecimiento, no era candidata.
En casa mi mamá y mi tía, siempre fueron las personas que inyectaban a cualquier miembro de la familia que lo requiriera; las dos sin ser enfermeras, sabían aplicar inyecciones de forma intramuscular.  Durante los primeros meses que mi madre padeció de las “úlceras varicosas” quien la estuvo inyectando era mi tía; como vivía con nosotros, pues la despertábamos a la hora en que el dolor se tornaba insufrible para mi mamá.  Una madrugada, mi madre me llamó a mi para que fuera a su recámara, la encontré con la jeringa ya preparada para la inyección y me dijo llorando: “ya no soporto el dolor, por favor aplícame tú la inyección”.  Asombrada y temerosa le dije que yo no sabía inyectar, que mejor iba a despertar a mi tía. Mi madre insistió “es muy fácil hacerlo, yo te digo cómo, no despiertes a tu tía, pobrecita, déjala que duerma”. Y así con mucho temor pero también con mucha decisión de ayudar,  apliqué la primera inyección de mi vida.
El tiempo siguió transcurriendo, me entregué por completo al cuidado de mi madre apoyada por mi tía, mis hijos y mi esposo.  Durante el proceso que duró la curación, mi esposo acompañado de un amigo arquitecto, viajaba todos los fines de semana a supervisar los avances en la construcción de la nueva casa y a pagar a los trabajadores. 
Mi madre se repuso de las úlceras varicosas, finalmente le habían cicatrizado, pero el haber estado sometida a tanto dolor, tanto analgésico, tanto estrés, le cobraron factura y comenzó a tener sangrados al defecar.  Para mí, había nuevos motivos de preocupación; habíamos ganado la batalla a las úlceras y ahora ¿que nos esperaba? ¿podría ser cáncer?  El amigo médico sugirió una colonoscopia para descartar o confirmar posibilidades.  En ese estado de  angustia por la salud de mi mamá, tomé la decisión de que le realizaran ese estudio,  en un hospital privado, pero tomando todas las precauciones posibles.  ¡Otro gasto imprevisto más!  Afortunadamente el estudio sólo reveló que los medicamentos habían causado tal irritación en algunos tejidos, que los estaban haciendo sangrar.  Tiempo después, mi madre debutaría  como diabética; pero esa sería otra historia.
Con la larga enfermedad de mi madre, tenía yo más de un año de no salir a pasear, ni a un cine, ni siquiera a una visita familiar; mi estado de ánimo bajo, necesitaba un aliciente, una palabra de aliento, un “apapacho”.  Demandaba de mi esposo un comportamiento que mostrara su solidaridad hacia mi deterioro emocional, pero la actitud de él fue totalmente fría y hasta cierto punto desenfadada. 
Así, después de año y medio de estarlo planeando, con la nueva casa ya terminada, amueblada y preparada para ser habitada, salimos de la gran ciudad. Mi esposo y yo,  mi madre de 81 años y mi tía de 83 años nos fuimos a vivir a provincia -a una casa que no resultó ser tan chica-.  Los hijos no quisieron ir a vivir al nuevo domicilio y se quedaron en la ciudad donde habían nacido y vivido siempre. La familia se separó y el proyecto de vida matrimonial  trazado para después de la jubilación, había cambiado. 

Aprendizajes

En el orden en que se fueron presentando los acontecimientos, hubo dos aprendizajes útiles, que significaron un ahorro de dinero: las curaciones que aprendí a realizar y practiqué durante poco más de seis meses y la aplicación de inyecciones que después de mi primera experiencia, se hizo cotidiana.  Sólo en una mínima parte, estos ahorros compensaron los gastos imprevistos que se fueron sumando desde el inicio de la enfermedad de mi madre.  Por eso creo que sería de mucha utilidad que alguien de cada familia aprendiera “primeros auxilios”.
Me parece de primera necesidad tanto para quienes están próximos a jubilarse como para los familiares que tienen la responsabilidad económica de ellos, reservar siempre que sea posible, una cantidad de dinero para gastos imprevistos.  Muchas veces esos imprevistos absorben totalmente el ingreso o peor aún resultan insuficientes. Sería deseable disponer de un seguro de gastos médicos –aunque las primas  de estos seguros van en incremento de acuerdo a la edad de la persona-, pero llegan a ser muy útiles siempre.  En mi caso tuve cautela en el manejo del dinero durante todo ese tiempo, para no verme presionada económicamente.
Por lo que se refiere al apoyo del cónyuge, de los hijos, de la familia en general, desde luego que es deseable y debería ser solidario, pero cuando no se tiene ese apoyo, igualmente se debe seguir adelante y resolver los problemas que se van presentando. Por ahí hay quien dice que “lo que no te mata, te fortalece”. 

Un proyecto de vida contiene una serie de acciones a realizar para cumplir ciertos objetivos a corto, a mediano, o a largo plazo.  En este caso, el proyecto de vida matrimonial para después de la jubilación, fue entorpecido por varias situaciones imprevistas.  El proyecto de vida se realizó parcialmente y parcialmente quedó sin cumplirse.  Sin embargo, el aprendizaje logrado fue,  que cualquier proyecto debe tener  flexibilidad para irse adecuando a las nuevas condiciones y poder ser modificado, actualizado y mejorado a satisfacción.

EJERCICIO FÍSICO




La actividad es un componente esencial para envejecer bien, el  cuerpo: “¡O lo usas o lo pierdes!”
El mejor remedio!
Desde hace tiempo, existe una amplísima acumulación de datos que prueban que el declive en el funcionamiento físico y cognitivo que aparece
ligado a la edad se deben, esencialmente, a los efectos de la falta de uso de nuestra estructura física y mental, es decir, a la inactividad. En definitiva, los efectos adversos de la edad en nuestro organismo parecen deberse más al desuso que a la edad. En contraposición a ello, la actividad
física puede considerarse como una de las claves para el *envejecimiento activo. ¡El ejercicio físico regular es pues el mejor remedio¡
El ejercicio físico es el mejor protector de la salud.  Beneficios:
Mayor Longevidad
Efectos positivos en el sistema cardio-respiratorio e inmune
Mejora dos factores de riesgo como la presión arterial y la falta de equilibrio.
Reduce la prevalencia de las enfermedades cardiovasculares, los accidentes cerebrovasculares, la diabetes, la artritis, la osteoporosis, entre otros beneficios (ver OMS, 1999)

Todos los estudios realizados ponen de relieve que uno de los mejores protectores de la salud, a lo largo de la vida, es el ejercicio físico. Los autores concluyen que existe una estrecha asociación entre ejercicio físico y la salud, la supervivencia y la longevidad tanto en aquellas personas que a lo largo de su vida realizan ejercicio físico regular como de aquellas que comienzan a hacer ejercicio físico durante la vejez. El ejercicio físico favorece también la función inmunológica y es un factor protector de la función pulmonar.

La actividad física regular determina un buen funcionamiento físico
Conviene resaltar que estos resultados positivos se han comprobado tras muy diversos tipos de actividad física regular: deportes (marcha, carrera,ciclismo, tenis, etc.); gimnasia, ejercicio aeróbico, musculación, estabilidad, combinación de distintas prácticas físicas e incluso, ejercicio físico como el Yoga o el Tai Chi.

Múltiples autores han puesto de relieve que el ejercicio físico aeróbico regular va acompañado de un incremento notable en el volumen del cerebro en adultos mayores concluyéndose que la reducción del volumen del cerebro, asociada a la edad, no es una consecuencia inevitable de ésta sino, probablemente, de la disminución de actividad física y mental. Intervenciones relativamente menores (¡solo 6 meses de práctica regular del aeróbic!)  pueden obtener importantes resultados en la compensación y reducción al mínimo de las pérdidas del cerebro. Además, el ejercicio físico
aeróbico mejora el funcionamiento cognitivo, la atención, la velocidad de respuesta, la función ejecutiva y motora y, en definitiva, no solo influye en la agilidad de nuestro cuerpo sino de nuestra mente. Estos efectos beneficiosos del ejercicio regular no sólo ocurren en mayores jóvenes sino,
también, en los muy mayores.

 El ejercicio físico beneficia no sólo a la salud física sino también influye positivamente en la salud mental, el funcionamiento emocional, el bienestar
y la calidad de vida.

El ejercicio físico tiene no sólo propiedades preventivas sino terapéuticas,
habiéndose encontrado mejora en personas mayores con depresión, problemas de ansiedad y estrés. De entre el tipo de actividad física, la actividad aeróbica produce los mayores tamaños del efecto y,
por lo que se refiere al nivel de intensidad  proporciona más beneficios sobre el bienestar y la salud mental, es la actividad física de intensidad
moderada la que parece tener mejores efectos.
Finalmente, el ejercicio físico regular, repercute no solo en la salud mental y el bienestar, sino también en la interacción social y la participación. Los autores ponen de manifiesto que la actividad física está asociada con amplias **redes de apoyo social dado que gran parte de las actividades físicas se realizan en contextos sociales.

*Envejecimiento Activo: Es el proceso de optimización de las oportunidades de salud, participación y seguridad con el fin de mejorar la calidad de vida a medida que las personas envejecen.
** Las redes de Apoyo son relaciones de intercambio personal que integra a una persona con su entorno y le permite mejorar su bienestar o evitar el deterioro
cuando enfrenta dificultades, crisis o conflictos.
Fuente: PROGRAMA VIVIR CON VITALIDAD® E-learning Proyecto Universidad Autónoma de Madrid-Santander

Prof. Rocío Fernández-Ballesteros