martes, 16 de junio de 2015

LOS PADRES, LO QUE SON Y DEBEN SER






Cuando se es niño, los padres representan,  para la mayoría de los hijos: el poder, la fuerza, la seguridad, el conocimiento.
Conforme el cuerpo crece, la mentalidad cambia.  Al llegar la adolescencia se ve a los padres con más realismo; se les deja de idealizar, se les enfrenta y hasta se les reta, aunque, si hubo amor, éste no desaparece.
La adultez y madurez nos llevan a un reencuentro. Ahora sí los entendemos; recorremos el camino andado por ellos; sentimos las mismas preocupaciones  y responsabilidades; entendemos por lo que pasaron, pero… ¿comprendemos lo que están viviendo?
Los padres ya están en la vejez y esta etapa representa que ellos  no son, o no deben ser: el sostén económico y material de hijos y nietos;  los cuidadores de nietos y casa; los ayudantes domésticos, los invisibles sin voz ni voto.
El tiempo que han vivido los ha cambiado. Notamos sus limitaciones creciente y las enfermedades que se acumulan; cuesta trabajo aceptar que el padre de nuestra infancia va desapareciendo.
Las reacciones  de los hijos adultos son diversas, de acuerdo a su propia historia de vida. Podemos apreciar desde la indiferencia y desprecio; la sobreprotección que inhabilita, o el interés sensible  por proporcionar el apoyo que requieren y solicitan, aun sin palabras, respetando su independencia y autodeterminación, y sin hacerlos sentir como una carga.
Lo sobresaliente, que debemos identificar en los padres ancianos, es su papel de orientadores y consejeros para hijos y nietos. Su papel de transmisores de valores, tradiciones y cultura. Su presencia de amor incondicional.
Los hijos debemos tener presente que el agradecimiento es la más elemental obligación.  El respeto,  el mandato de “honrar a los padres”, se materializa en los cuidados materiales que les proporcionemos; en ofrecerles cariño, comprensión, compañía.
Debemos tener la sensibilidad para identificar sus ansiedades, angustias y temores:
- Temor a la muerte.
- Jubilación.
- Temor a la enfermedad o a la invalidez.
- Miedo al abandono, a la soledad


Todo esto encuentra su mejor remedio en el amor, el perdón y la gratitud que los hijos, los nietos y la familia puede darle a un ser humano en este momento de su vida por el cual todos algún día vamos a pasar.

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