Cuando se es niño, los padres
representan, para la mayoría de los
hijos: el poder, la fuerza, la seguridad, el conocimiento.
Conforme el cuerpo crece, la mentalidad
cambia. Al llegar la adolescencia se ve
a los padres con más realismo; se les deja de idealizar, se les enfrenta y
hasta se les reta, aunque, si hubo amor, éste no desaparece.
La adultez y madurez nos llevan a un reencuentro.
Ahora sí los entendemos; recorremos el camino andado por ellos; sentimos las
mismas preocupaciones y
responsabilidades; entendemos por lo que pasaron, pero… ¿comprendemos lo que
están viviendo?
Los padres ya están en la vejez y esta
etapa representa que ellos no son, o no
deben ser: el sostén económico y material de hijos y nietos; los cuidadores de nietos y casa; los
ayudantes domésticos, los invisibles sin voz ni voto.
El tiempo que han vivido los ha cambiado.
Notamos sus limitaciones creciente y las enfermedades que se acumulan; cuesta
trabajo aceptar que el padre de nuestra infancia va desapareciendo.
Las reacciones de los hijos adultos son diversas, de acuerdo
a su propia historia de vida. Podemos apreciar desde la indiferencia y desprecio;
la sobreprotección que inhabilita, o el interés sensible por proporcionar el apoyo que requieren y
solicitan, aun sin palabras, respetando su independencia y autodeterminación, y
sin hacerlos sentir como una carga.
Lo sobresaliente, que debemos identificar
en los padres ancianos, es su papel de orientadores y consejeros para hijos y
nietos. Su papel de transmisores de valores, tradiciones y cultura. Su
presencia de amor incondicional.
Los hijos debemos tener presente que el
agradecimiento es la más elemental obligación.
El respeto, el mandato de “honrar
a los padres”, se materializa en los cuidados materiales que les
proporcionemos; en ofrecerles cariño, comprensión, compañía.
Debemos tener la sensibilidad para
identificar sus ansiedades, angustias y temores:
- Temor a la muerte.
- Jubilación.
- Temor a la enfermedad o a la invalidez.
- Miedo al abandono, a la soledad
Todo esto encuentra su mejor remedio en
el amor, el perdón y la gratitud que los hijos, los nietos y la familia puede
darle a un ser humano en este momento de su vida por el cual todos algún día
vamos a pasar.
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