Hace
unos días escuchaba en un programa televisivo la siguiente pregunta: ¿qué diría
usted si se comprobara que los siete pecados capitales son consecuencia
inevitable de la biología humana? Y la respuesta a tal pregunta: porque
actualmente los científicos creen que tales pecados, en algún momento meros
juicios de la iglesia, son un compendio de las fuerzas bioquímicas en el ser
humano.
Este
planteamiento, llamó mi atención y provocó mi interés ya que en el ámbito de
las relaciones interpersonales, existen comportamientos cotidianos inmersos en
tales conceptos de pecado: lujuria, gula, avaricia, pereza, ira, envidia y
soberbia. Cada uno de estos comportamientos, se hacen evidentes mediante variadas
emociones que observadas con ligereza, pudieran parecer desórdenes de la
personalidad. En psicología se les denomina “defectos psicológicos” y
constituyen el ego. Mas hoy a la luz de la ciencia, se sabe que es la composición bioquímica de
cada individuo la que determina el temperamento y las emociones. ¿Podría
pensarse entonces que en el individuo hay una predisposición biológica que lo
inclina al pecado?
Una
rápida revisión histórica, demuestra que las emociones han sido motivo del
interés de ilustres hombres de la historia y la apreciación de cada uno ha
variado de época en época y de disciplina en disciplina. Desde
Platón y Aristóteles, hasta Descartes y Rousseau, las emociones han sido tema
de discusión y estudio. Los grandes
filósofos de la antigüedad destacan que las emociones son la motivación básica
del ser humano; posteriormente cambia la apreciación y durante la Edad Media las
califican como una enfermedad del alma y origen de todos los pecados. Durante
el siglo XVIII abandonan esa visión negativa y retoman la visión positiva
original de Aristóteles.
Es
a partir del siglo XIX cuando los fenómenos emocionales comienzan a ser objeto
de estudio de la biología y la psicología con Charles Darwin y William James. Y
definitivamente es durante el siglo XX cuando el estudio se enriquece con los
puntos de vista de otras disciplinas y nuevos enfoques como los psicofisiológicos,
los neurológicos, los de la neurobiología, de la psicología cognitiva, etc.,
etc. Como puede observarse, el desarrollo de la ciencia y las distintas
disciplinas especializadas, han permitido también distintos niveles de análisis
del fenómeno en cuestión; todos los estudios son útiles, todos ellos
complementarios y ninguno excluyente; todos necesarios para tener un análisis
integral del fenómeno. Lo cual también hace evidente que el objeto de estudio
es harto complejo. [1]
La bioquímica es una ciencia que
estudia los seres vivos a nivel molecular mediante técnicas y métodos físicos,
químicos y biológicos; en otras palabras la bioquímica pretende describir la
estructura, la organización y las funciones de la materia viva en términos moleculares.
Algunas bio-moléculas (compuestos químicos de nuestras células), abundan en el organismo e intervienen en las
sensaciones relacionadas con las emociones. “En la cascada de reacciones que
ocasionan las emociones hay electricidad –descargas de pequeño voltaje entre
las neuronas para comunicarse entre ellas y comunicar unos sistemas con otros y así coordinar las respuestas a los
estímulos- y hay química –hormonas y otras sustancias que salen de los nervios
y de las glándulas, y viajan por la
sangre para participar en esa comunicación entre los órganos y las células.-“[2].
Sirve de ejemplo ilustrativo el caso del amor, que hace apenas 25 años
se planteó como un proceso bioquímico que se inicia en la corteza cerebral,
pasa a las neuronas y de allí al sistema endocrino.[3] Por lo visto, el concepto
de emoción ha evolucionado y ha llegado al momento actual como: una alteración
del ánimo intensa y pasajera, agradable o penosa, que va acompañada de cierta
conmoción somática-. [4]
El concepto de pecado, por otra parte,
es introducido por el cristianismo en la cultura occidental, deriva del latín
peccatum y significa falta, error o delito menor. Hasta aquí, no parece haber
una relación directa entre conceptos que per se corresponden a dimensiones
diferentes. Desde el ámbito de la bioquímica, toda emoción es natural e
involuntaria en el ser humano y deriva de descargas eléctricas y una sustancia
química distinta para cada estado emocional. Desde el ámbito religioso, el pecado implica “una
transgresión consciente de lo que se tiene por bueno” y que “sólo puede
redimirse por la acción de un confesor que tiene la potestad de otorgar el
perdón”. [5]
Concluyo diciendo que sólo desde el
ámbito de la bioquímica, no es posible etiquetar a las emociones como
pecaminosas porque son reacciones naturales del ser humano; las emociones constituyen una serie de mecanismos corporales que
cumplen determinadas funciones, entre ellas y dentro de una dimensión social,
comunican sentimientos e intenciones en la conducta de otros potenciando las
relaciones. El pecado considerado como transgresión a una ley divina, pertenece
a una dimensión distinta, en el sentido de que se evalúa, se califica y perdona
o castiga los actos conscientes del ser humano.