ANÁLISIS
LITERARIO-GERONTOLÓGICO
DEL SUICIDIO DE UN VIEJO
Tomado del texto original: PARA NO
CAER EN LA VEJEZ,
de Graciela
Zarebski.
Se
puede hablar de tres distintas maneras de enfrentar el envejecimiento:
1.Los
que piensan que es inevitable la caída y no quieren llegar a viejos.
2.
Los que “caen” en la vejez cayéndose.
3. Los que
piensan que es evitable la caída y se cuidan para no caerse.
4. Los que aprenden, en la
vejez, a no caer.
Para
confirmar que la clasificación que aquí
se propone corresponde con la verdad del acontecer humano no hay mejor
evidencia que la buena literatura.
El Amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez,
además de una brillante novela, es un
tratado acerca de la vejez y de los distintos modos de envejecer. Sus personajes principales son ejemplos
magistrales de esta clasificación.
La
novela transcurre a finales del siglo pasado en un país caribeño y comienza con un suicidio.
El
Dr. Juvenal Urbino, médico principal del pueblo, es convocado a fin de certificar un deceso.
Lo que el Dr. Descubrió con esta muerte, a partir de una carta que el suicida
le dejó, fue la doble vida, la identidad oculta de éste, quien había sido en
vida su mejor contrincante en el
ajedrez.
Había
engañado a todos acerca de su verdadero origen y había mantenido oculto durante
veinte años, un amor clandestino.
Hubo un primer indicio de cómo anticipaba el suicida su propia
vejez: como el fin del amor, de la
sexualidad, del goce compartido del cuerpo. Para él, la vejez no formaba parte
de la vida. Sufría “gerontofobia”.
La problemática en relación al envejecimiento tiene que ver
con un problema de identidad. Porque toda la vida se trabaja para sostener una
imagen engañosa en cuanto a tapar las propias faltas y debilidades. Poder
aceptar el propio envejecimiento requeriría entonces un doble desengaño:
·
De
que por ser joven se posee todo: la vida, el poder, la belleza, la
completud.
·
De
que por ser viejos carecemos de todo: nada de vida, nada de poder, nada de
belleza, nada de completud.
Para lograr un buen envejecer deberemos superar las
dicotomías absolutas del todo o nada entre la juventud y la vejez y deberemos
cuestionar nuestra idea de adultez, de plenitud, de qué es ser un adulto
acabado.
Si creemos que
todo lo débil, lo deficitario, debe ser totalmente tapado, cuanto mayor sea el
desconocimiento de lo oculto, la fuerza que realicemos para sojuzgarlo, para no
dejarlo hablar, para no reconocernos en ello, nos hará vivir en una tensión permanente- la tensión
narcisista- para tratar de evitar enfrentarlo, para tratar de evitar lo
inevitable.
Como dice G. García Márquez: “un hombre sabe cuándo
empieza a envejecer porque empieza a
parecerse a su padre”; puede suceder que:
*
Ese “viejo conocido” nos resulta desconocido, es decir, que nuestros
antecesores, nuestros viejos, nos hayan dejado una imagen siniestra. *Que llegar a ser viejo sea de por sí lo que
nos resulta desconocido.
Por el contrario, pensar nuestra vejez como el llegar a
ser “un viejo conoció”, significa que esa imagen no nos choca, no nos perturba.
¿Por qué suponemos que el amor es perecedero? ¿Por qué
suponerlo inspirado meramente en la imagen, que se deteriora? ¿En qué base se
sostiene nuestro amor que lo suponemos tan frágil y efímero?
El amor es una obra que no se desgasta con la edad, por
el contrario, se enaltece.
Regresando a la idea del suicidio, en este caso, morir de
viejo es ir reconociendo la evidencia de que se es mortal. En cambio, quien
comete suicidio, escamotea el dolor de existir,
de ser mortal. Es preferir salir de la escena en el momento culminante
del personaje. Pero esto confirma que se representa un personaje, que no vive
una vida real, sino una vida ficticia.
La sabiduría de la vejez posibilita para decir:
“Llego
a mi centro, a mi álgebra mi clave, a mi
espejo. Pronto sabré quién soy” (J.L.Borges)